Cada mañana, el silencio es el protagonista de mi hogar. Ni una mosca, ni un electrodoméstico, ni un vecino trasnochador (o madrugador), absolutamente nada. A mí el silencio me encanta, seguramente porque en el día a día hay mucho ruido a mi alrededor y cuando no oigo nada me siento en paz…y puedo oír mi respiración, el café hirviendo o el sonido de estas teclas en mi ordenador. Y ahora pienso…¿cuánto durará?
En pocas semanas el silencio desaparecerá de mi hogar de manera definitiva y permanente, al menos, tal y como lo conozco hasta ahora. Seguro que habrá momentos de tranquilidad, pero estoy segura de que la llegada del pequeño a nuestras vidas vendrá repleta de ruiditos, algunos maravillosos… y otros insoportables. Su respiración, la succión del pecho, su risa…pero también sus llantos, su enfados y sus inquietudes, que seguro que nos sacan de nuestras casillas.
Y cuando el silencio se reduzca a pequeños instantes, entre siesta y siesta del bebé, valoraré todavía más la calma, y buscaré profundamente a la Maria que tenía dentro, y que habrá pasado a un segundo plano para ser el apoyo, sustento, cobijo y nido de la persona que está a punto de llegar a nuestras vidas.