Nunca había viajado a Estados Unidos. Ni a Nueva York, ni a la costa Oeste…los viajes más típicos a los que se suele ir arrastrado por la influencia de tantas películas y series. Con mis amigas decidimos hacer un viaje diferente y poco común a América del Norte, movidas por nuestra pasión por la música y nuestra curiosidad innata que como periodistas llevamos dentro. Esta inquietud nos llevó a hacer la ruta 61 en coche. Una carretera nacional que transcurre junto al río Mississipi y que une dos poblaciones completamente antagónicas y, a la vez, muy representativas de la cultura americana: Nashville y New Orleans.
La primera es la cuna de la música country, donde los americanos tienen un acento imposible de descifrar, caminan con sombrero cowboy y sonríen proporcionalmente a las cervezas que llevan a cuestas. Nos alojamos en una de estas casas de película, en la que ondean banderas americanas, y donde un matrimonio joven nos acogió con los brazos abiertos, como si fuéramos familiares llegados del otro continente.
De hecho, es la meca de las despedidas de solter@s de la américa interior. Lo que más me sorprendió es la cantidad de locales que ofrecen música en directo. Han destinado edificios enteros al ocio y la música, ocupando cada una de las plantas un concierto diferente: rock, folk, country…todo en directo, y a todas horas del día, me flipó.
Nuestra siguiente parada fue Memphis. Aunque el viaje no fue lo agradable que imaginamos. La tormenta tropical Barry había tocado tierra y golpeaba con fuerza este estado. Nunca había conducido con tanta lluvia. Y nuestro motel, con una piscina en forma de guitarra, paso a ser nuestro refugio durante varias horas.
Pero las lluvias torrenciales no podían frenar nuestro plan para conocer la ciudad. Así que decidimos aventurarnos en uno de los puntos clave de Memphis, el Museo-vivienda de Elvis Presley. Me encantó conocer su estridente casa y tambén su avión privado…piezas clave del museo. En definitiva, conocimos un poco más a la persona que había detrás de esa espectacular voz y de ese talento.
Seguimos con la música y nos dirigimos a otra de las paradas obligatorias de la ciudad, uno de los estudios de grabación más famosos de todo el planeta: Sun Studio, donde …… grabaron sus discos más emblemáticos. Por un momento, pudimos viajar en el tiempo y sentir en nuestras carnes lo que vivían ellos durante las grabaciones.
Y por supuesto no pudimos faltar a la visita más removedora del viaje, el Lorraine Motel. Aquí fue asesinado Martin Luter King, por ello, se erigió como Museo de los derechos humanos, un lugar que nos ayudó a comprender lo mucho que los afroamericanos lucharon por conseguir la igualdad y lo mucho que todavía queda por recorrer.
Nuestro ‘road trip’ continuó varias millas al sur, dirección New Orleans pasando por poblados amish (a los que no pudimos fotografiar porque según su cultura, la fotografía les roba el espíritu) donde viven en comunidad apartadas de los nuevos tiempos: sin electricidad, sin nuevas tecnologías, ni móviles ni ordenadores, sin saber lo que hay más allá de sus terrenos. Tras pasar por varios poblados y divisar algunos de ello, desde la distancia, para no perturbarlos, seguimos hacia al sur, y paramos a dormir en uno de los sitios más auténticos que he visto en Estados Unidos: Shack Up Inn, cerca de Clarksdale, donde pasamos la noche en un antiguo triguero reconvertido en posada para viajeros.
Tras pasar la noche, emprendimos el viaje hasta la siguiente parada: una antigua plantación de algodón. Podría haberse rodado ahí ‘Lo que el viento se llevó’. Allí nos explicaron cómo funcionaban las plantaciones y cómo los ricos americanos blancos explotaban a los esclavos afroamericanos. Una lección difícil de olvidar.
Y metiéndonos de lleno en la cultura afroamericana, en las dos caras de una misma moneda o bandera, fuimos bajando hasta llegar a la capital del Estado: New Orleans, la cuna del jazz, desembarco de afroamericanos, representación de la américa negra, colorista, libre, una comunidad que todavía tiene tantos derechos por ganar. La ciudad, con evidentes signos del colonialismo, nos acogió con los brazos abiertos. Ahí comimos ostras frescas, escuchamos jazz en directo y callejeamos entre leyendas de vudús y santeros.
Tras un par de días en New Orleans, emprendimos la tirada más larga de coche…queríamos acabar en un lugar paradisíaco, como Key West. Para eso, condujimos a través de varios estados. Lo más divertido del trayecto, fue la parada en un motel de carretera para dormir. Nos hacía ilusión dormir en estos antros que hemos visto en tantas películas. El sitio no podía ser más decadente y pronto nos arrepentimos de haber elegido este lugar para pasar la noche: sucio, con olor a tabaco y lleno de insectos.
Tras la aventura del motel, nos levantamos pronto y huimos, ahora sí, hacia la tan anhelada playa. Increíble ver como el hombre ha construido una carretera que une todas las islas que se desprenden desde Miami hasta Key West. Con muchas ganas de pisar la arena fina y bañarnos en aguas cristalinas nos dimos de bruces con la realidad: el sargazo.
Se trata de un alga que aparece esporádicamente en la costa del caribe, difícil de predecir, pero que había llegado a cayo hueso semanas antes. Nos tomamos la sorpresa con humor y pasamos unos cuantos días en este paraíso americano. Sin duda, el broche final a un ‘road trip’ que mis amigas y yo nunca olvidaremos.